BUENOS AIRES.- Fue en un contexto de extrema dureza y de lágrimas en los ojos por las 85 víctimas de la irresuelta AMIA, agraviadas 20 años después por el capricho político que derivó en la firma del Memorándum con Irán. Allí, el papa Francisco no escatimó dureza a la hora de hacer una descripción que engloba a todos los argentinos y a su pasión por el aquí y ahora, caldo de cultivo para el populismo regente: “somos proclives a archivar cosas”, disparó.
Aunque no fue una interpretación dogmática, la mención de un adjetivo con tanta carga negativa, dirigida a criticar la impunidad que “tras ocho presidentes” rodea al criminal atentado, a la hora de amplificarla hacia todos los argentinos debería serle atribuida más al padre Jorge Bergoglio, conocedor del paño, que al Pontífice.
Esa característica que hizo el sacerdote, contracara del “todo pasa...” que recitan los pícaros, hace a la médula del comportamiento social de hoy y es lo que subyace en un país que parece condenado a una mediocridad circular, ya que la memoria no hace lo suyo a la hora de evitar tropezar una y otra vez con la misma piedra. La crítica parece dirigida al habitual “mirar para otro lado”, que se pone en práctica cuando las circunstancias del bolsillo lo permiten.
Lo mismo vale para no persistir en un reclamo de Justicia, que para justificar la degradación moral o para no querer ver el deterioro social que se extiende a diario por el país o para repetir frustrantes experiencias económicas o para buscar, siempre a nuestra usanza, un salvador que saque las papas del fuego, aunque eso vuelva a ser venderle otra vez el alma al diablo.
Y a la hora de mencionar los caprichos gubernamentales, hasta que se toleran, como interpretaciones sobre el mundo de hoy, el rol de los países y el nuevo orden global o la importancia que tienen los organismos internacionales para parar ejecuciones. En tanto, discursos y solicitadas martillan con argumentos que le dan letra a la tribuna, mientras se sospecha que en Nueva York mañana se buscará un arreglo con los holdouts.
También está todo el discurso interno, el del modelo que ya no existe más, mientras se sostiene a rajatabla la declamada importancia de tener un Estado gordo, cuyas dos actividades más salientes son, por estos días, sumar agentes que mitiguen la desocupación entre los militantes o emitir dinero.
En tanto, la inflación ya está en 40% anual, sigue el cepo cambiario, el parate productivo es real y el empleo flaquea, mientras el Estado no sabe cómo conseguir recursos del sector privado y ni siquiera sabe cómo atender los reclamos de los sindicalistas amigos sobre el Impuesto a las Ganancias. Ya le dijeron a Antonio Caló que hoy hablarán sobre el tema, pero le avisaron que no se ilusione. Según explicó Francisco, la sociedad “proclive” es capaz de bancarse todas estas cosas y está calificada para escuchar las maravillas que deberían traer los negocios con Rusia y China, mientras se siguen pactando con tribunales extranjeros para dirimir eventuales diferencias.
Si bien el desgaste que sufre el Gobierno condiciona cualquier recuperación de imagen, lo que ha marcado el comentario papal de modo tajante no la descripción de un proceso de estropicio ético, casi una costumbre incorporada al ser nacional. Por eso, el ejemplo de la selección de fútbol fue un bálsamo, no por la actuación individual o por los goles perdidos, sino por el comportamiento, un punto al que no se le da importancia. En otros tiempos, la supuesta jugada de penal a favor de la Argentina en la final con Alemania hubiera hecho correr ríos de tinta hablando de la conspiración internacional y generado desmadre colectivo.
Esta vez, la seriedad del grupo fue la que contagió a la sociedad y hasta sus actitudes para no ir a Olivos a rendirle pleitesía al poder político y haber obligado a la Presidenta a ponerse en evidencia los mostró diferentes. “No miré ningún partido, tampoco el de ayer, pero lo llamé (a Alejandro Sabella) porque para mí también ayer habían ganado el partido (sic)”, les dijo Cristina Fernández a los jugadores sin ponerse colorada.
Explosión sin castigos
En cuanto a qué ocurrió para que se manifestara la explosión social del domingo por la noche, hubo explicaciones para todos los gustos, desde la puja dialéctica por el no control de la calle que libraron las policías de la Nación y la Ciudad, hasta la posibilidad de que todo se trató de un juego de distracción para robar en la periferia.
Más allá de la coyuntura, el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) publicó en la semana una serie de indicadores que muestran que, desde 2010 para aquí, la situación social viene barranca abajo y que esto ha ido deteriorando el estado anímico de la población. Hoy, tener empleo ya no garantiza poder salir de la pobreza y la falta de trabajo, de dinero y de educación, cóctel explosivo si los hay, sumió en la desesperanza a mucha gente. “Como diagnóstico más importante es la persistencia de las desigualdades estructurales, que ni en la etapa de crecimiento ni en el estancamiento actual, ese núcleo duro de pobreza o de marginalidad se ha disuelto, sino que tiende a concentrarse y a mostrarse como de mayor exclusión social”, dice el investigador Agustín Salvia, a cargo del lapidario Informe de la UCA.
Según el experto, la irrupción social en el Obelisco, como sucedió con los cortes de ruta, las tomas de tierras, de supermercados o los saqueos, ha sido una manifestación por la falta de políticas que abandonen la acción social para ir más a fondo en la incorporación a la sociedad de esa marginalidad. “Ha crecido la economía pero no estuvo acompañada de políticas de inclusión de los sectores más postergados”, precisa. “Es complejo; hay que observar el crecimiento de la economía informal, donde se ven la ilegalidad y la marginalidad urbana. También hay que considerar el avance de las asociaciones delictivas, como el narcotráfico, que se ha instalado como movilidad social barrial”, añade.
Narcotráfico
En el mismo sentido, la socióloga Laura Etcharren atribuyó los incidentes en el Obelisco a la construcción de “una maquinaria de marginalidad desatada y atravesada por el narcotráfico, que no entiende de festejos ni de manifestaciones, sino de oportunidades y allí canalizó la violencia”. Según la experta, esa marginalidad es funcional “a la delincuencia vinculada al narcomenudeo, que tiene una gran capacidad destructiva”, agrega.
Esta sensación de falta de castigo que se observa en las alturas del poder, hace también que quienes están en los tramos más bajos de la escala social observen a ciertos personajes con admiración.
Si con todos los estropicios de los que está sospechado el vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, con causas y llamados a indagatoria que se van sumando semana a semana, no pasa nada y hasta asume transitoriamente la primera magistratura casi a tono de desafío, la falta de autoridad moral del Estado para exigir reglas de convivencia deja huérfano cualquier argumento.
Por último, como un bálsamo ante tantos desvíos que colaboran a mantener el país en zona de terapia, el fiscal José María Campagnoli ha sido repuesto en su cargo y el episodio marca una nueva derrota institucional del Gobierno, en su cruzada por cooptar la Justicia.
Sin embargo, la experiencia dice -y Bergoglio sabe mucho de eso- que ya está probado que todo se recicla y que siempre hasta se puede terminar comprando otros relatos que “archiven” las cosas a favor de nuevos cantos de sirena. (DyN)